El fin de los partidos —cárteles que impiden la democracia real—

Decididamente, los partidos políticos son artefactos propios de otra época, de tiempos en los que la información y la cultura eran mínimas, y las síntesis ideológicas, uniformadoras, radicales y excluyentes, propias de las organizaciones de masas, tenían sentido. Hoy, en la era de las tecnologías de la información y la comunicación —Internet—, lo común es que un ciudadano medianamente informado no coincida con el programa político de ningún partido —programa que, dicho sea de paso, no se cumple casi nunca—, aunque pueda estar de acuerdo con propuestas de varios de ellos. Prolongada su existencia más allá de la utilidad primigenia, que era la de representar diferentes modelos de estado y de formas de vida social —Partido Nacional-Socialista alemán, Partido Republicano norteamericano, Partido Comunista soviético, etc—, ya en pleno siglo XXI, los partidos políticos, y más los que tienen acceso al poder alternante, exhiben ideologías miméticas. Tras perder la mayor parte de su razón de ser tras el fin de la II Guerra Mundial, y el resto tras la caída de la URSS, les ha quedado a los partidos llamados «democráticos» la utilidad residual de seguir manipulando mentalmente a la ciudadanía con sus esquemáticos mensajes; la de embobarla para que los que detentan el verdadero poder puedan expoliarla sin obstáculos, hasta llevarla a la más absoluta ruina material, moral e intelectual. Como resultado, los partidos han acabado por constituir un fraude —ni siquiera son internamente democráticos—, y en lugar de ser vehículos hacia la libertad política, son los verdugos que la cercenan.

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